Viajes de aventura – Conquistando lo extraordinario

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Ya les hablé sobre los viajes con propósito. Esta vez, quiero contarles acerca de los viajes de aventura, de por qué me lanzo a explorar la naturaleza o las profundidades del océano, y por qué camino o manejo por horas y horas para grabar en mi mente paisajes únicos.

Creo que he sido aventurera toda mi vida, desde chiquita y, en parte, esto se lo debo a mis papás, que no son los típicos papás. Son guerreros, aventureros, montañeros (como decimos en Colombia), de finca. Y eso me parece tan bonito. Viajamos como familia por varios continentes. Así crecimos. Explorando, lanzándonos juntos a travesías maravillosas.

Sin embargo, cuando cumplí quince años, mi papá me preguntó qué quería para celebrarlos. Yo le escribí una carta. Lo único que le pedía era LIBERTAD. Imagínense lo que puede ser para un papá que su hija adolescente le haga semejante solicitud. La verdad es que he dado mensajes inolvidables a mis papás por medios poco usuales: por carta, pedí independencia; por teléfono, anuncié que me quedaría en Australia.

La aventura, no tengo dudas, va de la mano con arriesgarse, con la curiosidad, con la manera en la que enfrentamos los retos. Los retos y los miedos. Porque se trata de salirse de lo ordinario o, quizá, de convertir lo ordinario en extraordinario; de dejarse llevar por la intuición. Una aventura no es necesariamente escalar una montaña o enfrentarse a un desafío extremo. Para muchos, una aventura es irse a vivir a otro país, renunciar a un trabajo que ya no los llena para dedicarse a lo que siempre soñaron, es ir tras lo que les apasiona así les cueste su confort. Las aventuras se superan si uno cree en uno mismo.

Mejor dicho, aventura es permitirnos explorar la geografía del mundo, pero también, explorar nuestros miedos, nuestros paisajes interiores.

Cuando me embarco en un viaje de aventura, disfruto de todo, en especial, de desconectarme. Por más de que grabe historias, tome fotografías, intente capturar momentos para luego narrarlos y compartirlos para inspirar a otros a que se arriesguen a vivir, me gusta ese goce de caminar lento, de observar los caminos, de conectarme con la naturaleza y con las personas. A veces, cuando hago parte de un grupo, voy al ritmo del guía, conversando, cuidando también mi cuerpo, cuando sé que vienen varios días de caminata por delante. Me lo tomo con calma porque, al final, todos llegaremos al mismo punto.

El detrás de cámaras

Al pensar en un viaje de aventura, ufff, siento una felicidad enorme, mi cuerpo se acelera, las ideas no paran. La preparación física es uno de los asuntos que más me mueven a realizarlos. Saber que voy a subir una montaña me motiva a acondicionarme física y mentalmente. Dedico, por lo menos, de tres a seis meses a los entrenamientos de altura, hago caminatas en áreas locales y cargo una mochila con un peso similar al que llevaré. También, me encanta organizar el equipo, amo comprar objetos de aventura: navajas, cuerdas, zapatos, sacos, elementos tecnológicos, todo lo necesario, y para ello, investigo, selecciono, analizo qué me sirve y, sobre todo, trato de entender los terrenos a las que voy a ir, las diferentes temperaturas y la cultura en la que me sumergiré.

En los viajes de aventura pasa de todo, cosas buenas como no tan buenas. Me he perdido, alguna vez me quedé corta con la comida y mi organismo, por ejemplo, por mi sistema inmune, se ve afectado cuando las temperaturas son muy bajas. Entonces, siempre que hago una montaña que se encuentra a menos cero grados, la gripa no me la perdona. No puedo respirar bien por la nariz y, al hacerlo por la boca, termino con amigdalitis. Igual, como me conozco y me preparo, tengo mis trucos: como ajo (sí, huele horrible, pero toca), tomo vitaminas, tés y me abrigo lo mejor que puedo, con capas y capas de ropa.

He realizado muchos viajes de aventura, pero, por ahora, les contaré un poco sobre dos que me marcaron. El primero, es el circuito de Annapurna, en Nepal, un recorrido de 14 días que me cautivó bastante porque lo hice en invierno para que no hubiera tantos turistas, algo bueno por la movilidad; sin embargo, me encontré con varios pueblos cerrados, por lo que las caminatas fueron más extensas para poder hallar alojamiento. Fue duro, además, por el clima, pues me enfrenté a temperaturas de menos veinte y hasta menos treinta grados. No había mucha agua, menos duchas, así que no pude bañarme en 14 días (les dije desde la primera entrada del blog, que les hablaría con la verdad) y lograr la cumbre se hizo difícil.

Fue una de las primeras montañas en la cual asumí llevar todo mi peso: comida, ropa, insumos, en una mochila de unos 16 o 18 kilos. Y cuando estás caminando de siete a veinte horas al día, como cuando coroné la cumbre, la carga parece multiplicarse.

En este circuito aprendí que no debí haberlo hecho sola, porque todo estaba cerrado, había muy pocos viajeros, las temperaturas eran extremas... Es más, tiempo después de terminar mi recorrido, vi en las noticias que una caminante se había resbalado y murió. Siempre puede pasar algo, es una realidad, y sé que muchas veces la pasión por la aventura no te permite darte cuenta de todos los riesgos que puedes correr. Solo sales al camino con ese deseo, ese fuego interno, sabiendo que has entrenado, tratando de hacer las cosas bien, confiando en la vida y en la aventura misma.

La segunda experiencia fue la de la montaña Stok Kangri, en India. Sería la cumbre más alta que alcanzaría, cerca de 6.200 metros de altura. En esta expedición éramos cinco personas, ni un solo turista, también en invierno (menos 30 grados). Ocho días de expedición. En el día seis, muy cerca de alcanzar la meta, hubo una tormenta de nieve y la subida se nos hizo más complicada. Seguimos. A 5.700 metros, a casi dos horas de llegar, nuestro guía tuvo una crisis debido a la altura. Se puso muy mal, perdió el conocimiento y, poniendo la vida en primer lugar, tomamos la decisión de regresar. Cuando llegamos al campamento base, el guía, poco a poco, se fue recuperando. No pude pararme en esa cumbre, pero este fue un viaje que nunca olvidaré.

En Stok Kangri mi pareja y yo, compartimos con tres locales, un cocinero, el guía y el dueño de los caballos que llevaban el equipo. Al final del viaje, el guía y el cocinero nos invitaron a sus casas, conocimos a sus familias y a sus hijos, y pudimos verlos más allá de su oficio, del servicio que nos prestaron, los sentimos como una familia. El guía, por ejemplo, acababa de ser padre de una bebé, tenía un mes cuando hicimos la aventura, y siempre que pienso en todo lo que podría ocurrir cuando uno hace un viaje de este tipo, él llega a mi mente y reflexiono sobre lo frágiles que somos, pero a la vez, creo que no podemos rendirnos por miedo a que pase algo malo o inesperado, siempre puede ocurrir, aunque nos encontremos en casa. Si no emprendemos los sueños por miedo, estamos dejando de vivir.

Abrir los ojos

Amo los viajes de aventura que duran varios días, porque te ayudan a conocer aún más la cultura del país, a entenderla. Y en esto, se parecen a los viajes con propósito (de los que les hablé en la entrada anterior). Sin embargo, hay algunos recorridos más cortos, que no te permiten interactuar tanto como quisieras, pero siempre, siempre, establecerás conexiones, saldrán amistades valiosas con los locales, con los guías, con quienes caminas.

Recuerdo con cariño, por ejemplo, a Truman, un guía que me acompañó a alcanzar la cumbre del Nevado del Tolima. Lo conocí a través de un amigo, cuando viajé a Colombia por el matrimonio de mi hermana. Conformamos un grupo de cinco o seis personas y la idea era coronar esa cumbre en cuatro días. Los tramos eran extensos, tenía miedo de descompensarme, así que caminé despacio. Esa fue mi primera montaña y desde ahí quedé obsesionada con ascender cumbres, con desconectarme y tener este tipo de viajes de aventura. Del grupo, solo dos logramos llegar a la meta, con los guías. Ver ese nevado, con un día increíble, fue una de las mejores experiencias que he tenido. Abrí los ojos y me entregué a la naturaleza.

Truman hizo especial esa travesía, somos amigos y me encanta el propósito que se trazó con su esposa Annie, de fomentar el turismo en Tolima. Él y mi guía en Stok Kangri me inspiran a dar siempre lo mejor de mí en cada viaje.

El paracaidismo está en mi lista de actividades aventureras favoritas, no tengo mi certificado para realizarlo sola, pero ya he hecho once saltos en diferentes partes del mundo, a 14 y 16 mil pies. Aunque mis viajes de aventura casi siempre tienen como punto de partida la montaña. Quiero conquistar cumbres y experimento una pasión increíble por caminar en medio de la naturaleza, por encontrar paisajes únicos, por conocer otras culturas, pero también, me gusta dejarme llevar por mis pensamientos, desconectarme del mundo y, simplemente, estar presente en la aventura. El océano es otro universo que me da mucha paz. Bucear para mí es la mejor meditación: tú y tu respiración, no se necesita más.

Las jornadas de un viaje de aventura en montaña son largas, te cansan, las condiciones son complejas, hay arena, nieve, lluvia, piedras, subidas, bajadas, y esto influye en tu estabilidad mental y emocional. Claro, preparar el cuerpo es vital para soportar estas situaciones extremas, sin embargo, les confieso que para mí la capacidad mental es la estructura sobre la cual se levanta, se sostiene y avanza la aventura. Y, precisamente, eso es lo que te hace más fuerte en otros aspectos de tu vida, esa mente concentrada en el objetivo: saber que tienes que continuar, independiente del obstáculo que se presente.

En este blog les voy a contar sobre viajes de aventura de todo tipo, que evidenciarán algo: el espíritu aventurero vive en muchos, en algunos está activo, en otros, debe despertarse. Lo que sí es cierto es que no es necesario viajar a otros países ni emprender recorridos titánicos. La aventura nos espera a la vuelta de la esquina (o en nuestro corazón).

Lo lindo de estos viajes es que uno se pueda gozar todo lo que implica la aventura. Los paisajes, las imágenes. La fumarola del Nevado del Ruiz es una de las más lindas que he observado, también la de la cumbre del Salkantay, en Perú. Y miren que escribo mucho, pero no me alcanzan las palabras para describir esa majestuosidad. Las mejores fotos se me quedan grabadas, más allá de mi cámara, en mi memoria, y esa belleza que capturan mis ojos es la que hace que todo, al final, valga la pena.

Gracias por leer mi historia, ¡espero que lo hayan disfrutado! Seguiré compartiendo mis aventuras, si desea recibir notificaciones, suscríbete. Preguntas o comentarios, por favor envíeme un correo electrónico a thetravelandadventurelife@gmail.com

Alé

alejandra travels